viernes, 19 de agosto de 2011

El varadero San Pedro en Concón.

Ayer estuve de pasada por Concón de camino a la pega y decidí visitar el  varadero San Pedro, al cual tome un gran cariño por allá a mediados de los 90. Este lugar, cuya data es de fines del siglo XIX recibía a los pescadores que llegaban entre 7 y 9 de la mañana con sus botes cargados de merluzas deslumbradas y babeantes, sacadas del mar pocos instantes antes. En la orilla todos expectantes para ver que tan buena había sido la pesca, para asegurar el almuerzo o simplemente para ver como el mar generoso unido al esfuerzo del pescador concluían en un cuadro emocionante entrando por  el túnel bajo el camino y subido ayudado por los tiradores.
Con el tiempo me fui involucrando con estos personajes, mitad poblacionales mitad marineros, en su lenguaje, su espontaneidad y esa frescura de aquellos para quienes cada día es distinto, cuyo rostro expuesto al aire marino descubre los ojos sobrevolados por aves marinas expectantes y agudas.
Yo que siempre le busco el tecnicismo a las cosas, veía con asombro como una docena de estos hombres subían los botes por la empinada pendiente cargados completamente a penas, al ritmo de un “ahora” que hacía que todos tiraran al mismo tiempo, requisito fundamental para lograr subir el bote. Luego se llenaban los cajones de los comerciantes que se llevaban lo mejor a precio de huevo, pero que alcanzaba a satisfacer la rústica economía del pescador artesanal. El resto de los pescados se repartía equitativamente entre los tiradores quienes los limpiaban y vendían a la gente.
Un día le pregunté a uno de los pescadores por qué no creaban un sistema mecanizado para subir los botes, que por esos tiempos deben haber sido unos diez. El con firmeza y convicción me respondió en el acto:
 “ ¿estay mas gueón?
Por qué, respondí asombrado.
-Dejay la cachá de gueones sin pega.
Tu creí? Pregunté tímidamente.
Los gueones que suben los botes han estado siempre y si los sacay, la cagay.
Todo eso me hacía sentido, lo vi como un eslabón cierto, fundamental. A veces lo antiguo me parece más sólido, más sacado de una conclusión empírica, basada en la evolución del día a día, no en la teoría escrita en un papel con un lápiz y basta.  
Hasta hace un par de años todavía pasaba por allí y encontaba a los viejos:
“Pepino, Lorea allí llego tu pierno!
Vociferaban aludiendo a la amistad entre el Pepino y yo, un tirador de botes y emprendedor de pescado frito con grasa de caballo, que dura mucho sin echarse a perder y a la gente le gusta, comentaba muy convencido. Este personaje se ganaba sus pescados tirando de los botes de pescadores y luego los vendía a los vecinos que concurrían a la caleta, o sino los hacía fritos en el barrio donde vivía, así mantenía a su familia, luego supe que estaba separado por causa de su entrega a la pasta base que te si te atrapa te jode la vida.
De pronto llegó la noticia, el varadero daba un salto a la modernidad, no solamente con la incorporación de infraestructura arquitectónica sino que además con un apropiado sistema de izamiento de los botes cargados hasta un nivel inferior entre el camino y el mar, semidescubierto  donde descargar y aparcar los botes. Se dice que el mismísimo presidente tomó un papel y un lápiz y solucionó el problema, de tanto que costaba a los tiradores subir los botes habiendo tanta tecnología.
Ayer cuando pasé a visitarlos no encontré a nadie, todos aquellos personajes pintorescos y vivaces ya no están, no hay pescadores ni botes ni pescados, solo un puñado de sobrevivientes y un fuego de palos calentando una olla común.
Me cuentan que todos se fueron, la gran mayoría y ahora trabajan en otras cosas, que hay muy pocos pescados y que no se ve para cuando repuntar.
Al final queda la reflexión de cómo algunos tecnócratas creen que llevar a cabo sus proyectos es lo más importante, no interactuando con el grupo humano ni incorporando la historia que dio origen al varadero, del que por lo que vi queda poco o nada, solo la grutita de San Pedro en la ladera sobre la pendiente encementada que vio salir noche tras noche a los hombres y sus embarcaciones, y que también los vio volver día tras día agotados luego de la odisea de adentrarse en la mar dos horas para luego devolverse para llegar al mismo punto.
Solo decir que quisiera que todo fuera como antes, que hubiera la vida que había en torno a la caleta, que volvieran los pescados, los pescadores y los tiradores de botes pero no creo que sea posible.